Museo de la evangelización en el Convento de San Miguel Arcángel
En Huejotzingo, una pequeña ciudad a veinte kilómetros de Puebla, los franciscanos levantaron uno de los cuatro primeros establecimientos de la Nueva España, el convento de San Miguel Arcángel, patrono de esta localidad.
Empezado a construir en 1526 y concluido en 1570 por fray Juan de Alameda, con un cierto aspecto de fortaleza, la entrada de columnas clásicas se adorna con el cordón franciscano, emblema de la orden en recuerdo de la soga con que azotaron a Cristo, y con siete anagramas en griego y latín.
Sobresalen, ya en el interior, muestras de pintura mural como el fresco de los encapuchados o el dedicado a la imagen de una Inmaculada Concepción que encabeza una leyenda con la frase del Cantar, “tota pulchra est amica mea”. En la Sala De Profundis se puede contemplar el mural de los doce frailes que llegaron a Nueva España en 1525, identificados con sus nombres.
De dimensiones excepcionales -14.400 metros cuadrados-, el atrio presenta las peculiares “capillas posas” para el culto, dedicadas en este caso a San Juan Bautista, Santiago el Mayor, San Pedro y San Pablo y Nuestra Señora de la Asunción.
Como la “capilla abierta”, la “capilla posa” fue una solución arquitectónica original del culto en Nueva España, que consistía en la edificación de cuatro reductos cuadrangulares y abovedados situados en los extremos del atrio, dando al exterior del mismo. Probablemente las capillas tendrían la función de servir para posar o descansar el Santísimo Sacramento, cuando era sacado en procesión. Pero también puede ser que alojaran grupos de catecúmenos para la enseñanza de la doctrina, sirvieran de ermitas para la vida contemplativa de los frailes e incluso como túmulos de gobernantes indígenas.
Muy adornadas, las capillas ofrecen una ornamentación realizada con la técnica “tequitqui”, término fijado por José Moreno Villa en su libro Lo mexicano en las artes (1949) para designar un fascinante ejemplo de sincretismo entre códigos estéticos medievales y renacentistas.
Aplicada sobre todo en las portadas de los templos, en las cruces atriales, en los claustros, tequitqui –que significa “tributario”- sería entonces un sinónimo de arte indocristiano; puesto que, en efecto, como subraya Moreno Villa, “es el producto mestizo que aparece en América al interpretar los indígenas las imágenes de una religión importada. (…) extraña mezcla de estilos pertenecientes a tres épocas: románica, gótica y renacimiento, es anacrónico. Parece haber nacido fuera de tiempo, debido a que el indio adoctrinado por los frailes o los maestros venidos de Europa, recibía como modelos estampas, dibujos, marfiles, ricas telas bordadas, breviarios, cruces, y mil objetos menores”.
Por lo tanto, lo más interesante de dicha técnica es el hecho de que corriera por cuenta indígena: al versionar los indios a su manera los cánones occidentales, nos estarían legando su propia y legítima concepción del otro, la mirada de vuelta sobre el arte de los conquistadores.
En San Miguel Arcángel, en este lugar único, declarado Patrimonio de la Humanidad, lugar paradigmático de la arquitectura “posa” y del arte “tequitqui”, junto con Calpan, se ha ubicado el Museo de la Evangelización que custodia pinturas, retablos, pilas bautismales, objetos de la liturgia: entre ellos, un adornado “lavatorio de manos”. La edificación sufrió los embates de la guerra cristera, sirvió de cuartel y de cárcel para la ejecución de reos y fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1994. Pueden encontrar aquí un vídeo sobre el museo.
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