Décima sesión: crónicas mestizas de Muñoz Camargo, Alva Ixtlilxóchitl y el Inca Garcilaso
En la sesión de ayer la profesora Valeria Añón nos explicó lo difícil que es posicionarse como lector ante una crónica mestiza. Partiendo de la definición misma de este tipo de crónica a través del artículo de Martin Lienhard, «La crónica mestiza en México y el Perú hasta 1620«, Añón explicó que no debemos pensar las crónicas solo como una cantera de datos históricos, sino también como la representación de una compleja trama donde se cruzan tres dimensiones: la del sujeto enunciador, la del espacio en que surge y la del tiempo. Desde este punto de vista, Añón expuso sus ideas sobre la trampa del autor y de la obra, pues estas categorías son construcciones posteriores a los textos de los que hablamos, y además debemos evitar que la mesticidad de una crónica marque nuestra lectura o acercamiento a un texto. Pues: ¿qué es lo que hace que un texto sea mestizo?, ¿el origen del autor?, ¿el lugar donde ese texto fue concebido? La polémica, señaló Añón, es la trama misma de la construcción de las crónicas.
A partir de estas ideas, la profesora expuso varios textos de diversos autores de crónicas mestizas, principalmente de Diego Muñoz Camargo, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y el Inca Garcilaso de la Vega. En estos tres cronistas encontramos gran variedad de juegos pronominales entre el «nosotros» y el «ellos». ¿A quién incluye ese «nosotros»?, ¿con quién se identifica el sujeto enunciador de cada crónica? En algunos pasajes de Camargo encontramos, por ejemplo, que el otro es el indio, y el autor se identifica con los españoles, pero esta posición no se mantiene ni a lo largo del mismo texto ni entre todos los textos de un mismo autor. Pasajes de Muñoz Camargo como, por ejemplo, la descripción de un sacrificio en el que un antiguo «sacerdote del demonio» explica cómo se llevaba a cabo el ritual, resultan tremendamente problemáticos para el sujeto enunciador en la medida en que hay una cierta identificación o proximidad con aquello que se describe, pero al mismo tiempo se justifica en la medida en que se trata del testimonio de alguien que era sacerdote del demonio, pero que ya se ha convertido a la fe católica. Si comparamos esta descripción del ritual de sacrificio con otras llevadas a cabo por Bernardino de Sahagún o Motolinía, encontramos lo que Valeria Añón calificó de «memoria sensible», una sensación muy sutil pero que marca una diferencia importante: la de un narrador que tiene una experiencia y un acercamiento al hecho muy relacionado con los sentidos, mucho más personal, a diferencia del narrador externo, que describe el hecho de una manera más fría, podríamos decir, con más distancia.
En definitiva, la charla con la profesora Añón resultó tremendamente productiva para comprender no solo cómo se van construyendo progresivamente ciertos lugares de enunciación, sino también la urgencia de que nosotros, como lectores, tratemos de darle a esos textos una cierta lectura «mestiza», un poco adaptada al momento, modo, lugar y sujetos gracias a los que estos textos son lo que son.
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