Museo Pedro de Osma en Lima

Con sus arcángeles arcabuceros, su colección de platería, sus bargueños y muebles barrocos, el Museo Pedro de Osma ocupa un enclave privilegiado del precioso barrio de Barranco en Lima.

Bajo un ficus y rodeados por un jardín de palmeras y geranios, en dos edificios –que correspondían a las dependencias de la familia de Osma y a la cocinas y comedor de este palacete de estilo afrancesado, vitrales art nouveau y arañas de cristal- se custodia un verdadero tesoro de piezas virreinales, divididas en las categorías de pintura, mobiliaria, textiles y grabados.

A la muerte de su creador, don Pedro de Osma Guildemeister que ya en vida enseñaba la colección en las abigarradas dependencias de su casa, se formó una fundación encargada del legado que ha ampliado el interés de la muestra permanente reorganizándola en salas temáticas como la dedicada al Manierismo o la de las Advocaciones marianas a través de la cual se nos brinda un recorrido por la evolución peruana de la iconografía de la Virgen.

En las salas de Cuzco, se expone un precioso ejemplo de los cuadros que reelaboraban el tema del matrimonio de la ñusta Beatriz, sobrina del último inca, Huaina Capac, con Martín de Loyola, sobrino de San Ignacio de Loyola. La hija de ambos, Lorenza, se casó a su vez con Juan de Borja, sobrino también del otro santo que diera la orden, San Francisco de Borja. El cuadro simultanea esas distintas temporalidades y pone en escena una boda que enlazaba la dinastía imperial cuzqueña con los descendientes de los santos de la Contrarreforma, todo ello presidido por el emblema jesuítico. Fueron los jesuitas los que promovieron esta representación en tanto el mejor argumento para legitimar su presencia en el Perú y la del gobierno español.

Además el museo exhibe un curioso ejemplo del género de linaje de los reyes incas que suelen representarse sucedidos cronológicamente por los virreyes, menos en este caso donde, en rompimiento con la autoridad imperial, se ofrece sólo la capaccuna incaica.

En la Sala de las Alegorías, se testimonia la vigencia de este recurso retórico para la representación de la vida virreinal. Es importante la tela en que la Iglesia se figura bajo la forma de la nave, atacada por los infieles, defendidas por los justos y presidida por el mástil que forma el cuerpo de Cristo crucificado.

En torno a la Eucaristía, se dieron complicadas metáforas como la de Custodia en tanto sol de luz eterna que irradia al universo o la idea del sacramento como lagar divino en el que Cristo procesa las uvas que serán el vino de su sangre. El tema se trasladará a la escultura, en la talla de una piedra de Huamanga que el Museo también colecciona.

La documentada página web de la fundación nos ayuda a ampliar un poco más esta, a todas luces, insuficiente información: “Otras formas alegóricas que hallamos en el repertorio de la pintura virreinal peruana son composiciones cuyo aspecto discursivo permite una doble lectura en función del propósito eminentemente didáctico que el lenguaje pictórico perseguía. Nos referimos a temas como Adán y Eva en el momento en que él recibe la manzana que ella le entrega, escena que puede ser un recordatorio del Génesis o una manera de representar el pecado. Lo mismo podemos decir de un lienzo que muestra la conquista de la ciudad de Córdoba por el rey San Fernando cuya interpretación puede permanecer en el marco de la ilustración histórica o bien podemos deducir el concepto de triunfo del credo cristiano sobre otras creencias inherentes a la imagen del rey victorioso en oposición al infiel vencido”.

Al visitar el Museo, uno puede toparse con alguna importante exhibición temporal, conviviendo expositivamente con las piezas permanentes en un diálogo tan sorprendente como armónico.